lunes, 30 de noviembre de 2009

UN PEQUEÑO ERROR


El desconocido se había sentado frente a él, botella en mano, y como si continuara un tema iniciado antes, habló en voz baja, tan baja que involuntariamente se acercó para escuchar mejor. Contó su historia en el viejo bar de la costa donde él había acudido aquel atardecer de noviembre, a reflotar recuerdos de juventud, en busca de un camino que hoy era encrucijada.
Sin ánimo de levantarse e irse aceptó los ojos vidriosos, el presumible aliento a bebida, pensando que en ese estado no contaría más que verdades, sin importarle que los clientes, en su mayoría viejos marinos, se rieran hasta que la cerveza se les saliera por los ojos.
El borracho era un tipo maduro, bien vestido, sabía hablar y manejar la palabra, calvo, piel arrugada y amoratada por el alcohol. Le pareció que bebía para aturdirse, se notaba en la mirada al acecho como esperando el momento de escapar. No tenía ese aire de bebedor tan común en los boliches de otros tiempos.
Contó que todo había empezado muchos años antes, cuando en casa de un amigo observó la foto de un grupo ajeno a él, y descubrió una cara igual a la suya. Les mostró la foto a sus familiares días después, y ellos confirmaron el enorme parecido, pero las cosas no fueron más allá. Todo hubiera pertenecido a un pasado olvidado, a no ser por un encuentro casual años después.
Siguió diciendo que lo había visto un día cualquiera en un lugar cualquiera, en tiempos en que todavía era crédulo, viajando en una línea que no frecuentaba. Observando como tantas veces ascenso y descenso de pasajeros, lo vio subir desde el último asiento y ubicarse un par de filas más adelante.
Agregó que su primer impulso fue mover el brazo saludando, llamar la atención del viejo conocido, hasta controlarse y reaccionar. “ ¿Viejo conocido? Viejo sí, pero conocido... “. Miró asombrado sus ademanes al poner la tarjeta de transporte, la ojeada buscando asiento. “Ahora se va a remangar los pantalones, ahora se acomodará mejor en el asiento, ahora va a mirar de reojo a la mujer de al lado”. Uno a uno fue reconociendo gestos, ademanes. Pensó que no debería usar anteojos, y no los usaba.
- Parece una broma, señor, un sueño, pero era yo mismo con otra ropa, idénticos ojos, color de tez, el mismo pelo, el mismo cuerpo. Sólo me llamó la atención ese aire de satisfacción, que, claro, no tengo desde hace rato.
Escuchó con atención al hombre. Al principio había creído que era un pobre tipo, pero después reconoció que hablaba con sentido, su relato tenía coherencia. Siguió contando que lo encontró tan parecido como si fueran mellizos. No podía apartar los ojos del otro, se desocupó un asiento detrás del desconocido, y se sentó ahí.
Dijo que él era promotor de seguros, uno de los tantos oficios que había tenido, dueño de su tiempo, pequeña ventaja en actividad tan absorbente, así que mientras hurgaba en su propia vida detalles de los que asirse para ubicarlo como hermano, el desconocido bajó. Decidió seguirlo.
No fue difícil, continuó, ya que el otro no lo había visto. Manteniéndose a distancia prudente reconoció forma de caminar; pero es explicable, recapacitó, que con igual peso, cuerpo y piernas, caminaran de la misma forma.
En los días que siguieron, dijo que decidió no contar lo sucedido a su mujer. Analizó los hechos, indagó a su madre, sus hermanos, hasta convencerse: la posibilidad de un parentesco debía ser descartada. Meditó sobre el enorme parecido, ¿ cómo era posible? Cada individuo es único, cada ser es un mundo, entonces, ¿todo eso no era cierto?, ¿ Acaso la posibilidad de que distintos genes se asocien dos veces con el mismo resultado existe?
Reconoció que es aceptable, por ejemplo, que el azar forme un número de cuatro cifras, el caso de la lotería, igual al que alguien ha comprado en un billete. También puede aceptarse, pensó, que en distintos lugares, de unión de genes distintos resulten individuos iguales. Una especie de lotería jugada por el azar. El azar del azar, reconvino. Y llegó a la conclusión de que no era frecuente, pero podían existir, en el casi infinito mundo, dos seres idénticos.
Aunque nada quedaba aclarado, prefirió dejar de lado explicaciones científicas, era algo incierto o infantil cuando se pretendía sondear, le pareció más atinado tomarlo como una revelación.
Más tranquilo por sus razonamientos, quedó convencido de que no estaba loco ni soñando, a menos que todo fuera un sueño muy real. Pero paulatinamente se fue incentivando su curiosidad. ¿Cómo sería la vida de su doble?
- No somos únicos, fíjese, en un colectivo pude comprobarlo. El azar, creador de nuevas especies, puede repetir, aunque lejanamente, un nuevo individuo - dijo el hombre.
Todavía bajo el estupor, continuó, se le ocurrió fotografiar a su doble para mostrar la foto a su familia, en un esfuerzo por compartir su descubrimiento y lograr justificación a sus ideas. Pero no le resultó fácil, porque temía que su doble lo descubriera y se estropeara todo.
Trató de borrar su identidad con anteojos, barba y sombrero, acechando con la cámara en lugares públicos para no llamar su atención. Mostró esa segunda foto a su familia. No le creyeron. Alabaron su forma de vestir y le dijeron que como broma no estaba mal. Entonces llegó a la conclusión de que nada ganaría con espiarlo disfrazado, lo más atinado era darse a conocer, el otro comprendería, a fin de cuentas algo los unía, si, como él terminaba de suponer, se daba la casualidad de ser tan parecidos.
“ Resumiendo, trabamos una relación de amistad y me las arreglé para conocer su vida, su familia, su pasado. Me encontré con una sólida posición, una esposa feliz, dos hijos envidiables. Por tercera vez recurrí a la imagen fotográfica. Le propuse intercambiar instantáneas; él con su mujer, yo con la mía. Lo que había empezado como un insólito descubrimiento se organizó con el perfil de la fatalidad. Éramos polos opuestos, una mujer como siempre soñé, una posición que siempre había deseado. Cuando mostré la foto a mi familia, lejos de creerme, en especial mi mujer, pensaron en el engaño. Esa hermosa dama y sus dos hijos que nos acompañaban, no hacían más que confirmar mi doble vida.
De nada sirvió explicar todo desde el principio, yo ya estaba condenado por mi mujer y el resto de la familia. Destruí las fotos, aunque a esta altura de nada sirvió, más bien aumentaron las evidencias ante la desconfianza de ellos “.
“Se preguntará a qué viene todo esto, por qué contárselo a usted. Yo lo conozco, señor, sé que es escritor, he visto su foto en la contratapa de algún libro; me falta explicarle que tomé una decisión. Sería injusto no ayudar al azar a corregir su pequeño error. Llegué a la conclusión, después de muchos días de comparar dos vidas con iguales puntos de partida, de que sólo una estaba bien lograda, la otra era un error, un camino equivocado que debía destruirse”.
Ante el dramatismo de sus conclusiones, y comprendiendo que el desconocido podría optar por una salida inesperada, trató de suavizar las cosas, diciéndole:
- Usted no tiene demasiados años. Siendo tan parecido a esa otra persona, sería lógico suponer que a la larga pudieran tener una vida similar. Yo diría que se debe dar tiempo para que se igualen sus trayectorias - le dijo sin mucha convicción - pero pronto sospechó que no habían sido sólo palabras, porque la voz del borracho se hizo débil e indecisa, la palidez reemplazaba el morado de su rostro. Recién cuando vio que el hombre se desplomaba sobre la mesa, pudo entender que en una maniobra inesperada, acababa de ingerir algún veneno.
- Ya es demasiado tarde - le escuchó murmurar.

rober